LO MEJOR de los dos últimos meses es que una mujer evangelista me limpia la casa y hasta quiere hacerme comidas. Ya no compro libros ni tacones, porque tengo demasiado de lo uno y de lo otro, por lo que consigo sacar un poco de dinero para pagarle los diez euros que me cobra por cada hora. Desde que ha llegado ella mi calidad de vida está mejorando y puedo dedicar todo mi tiempo a pegarle un susto a la literatura.

—¿Pero no dijiste la semana pasada que ya no te creías tu ambición?
—Solo un lector bobo pudo creerme eso.

El único escritor de Madrid que sigue creyendo en la misma gloria literaria en la que creían Salustio, Virgilio, Horacio u Ovidio soy yo. El único que ha dicho desde el minuto uno que quiere poner un libro suyo en la biblioteca de los viejos maestros soy yo. En esta ciudad no hay más ejemplo de egoescritor con las velas abiertas que yo, no busquéis otro: todos los demás son humildes.




JAJAJA, SE queja Saramago en los Cuadernos de Lanzarote de que muchos en Portugal lo tacharan de “vanidoso, egocéntrico, orgulloso, presumido y narcisista”. Qué vida más dura llevamos los ególatras en los países católicos, por favor, hasta nos van a tener que poner guardaespaldas. Es un hecho que en los países protestantes se nos trata mucho mejor: recuerdo que otro gran ególatra portugués, el futbolista Cristiano Ronaldo, que ha jugado tanto en la Premier League como en la liga española, ha declarado en más de una ocasión que el público inglés le tenía más respeto que el español, y que una de las razones que dio el entrenador José Mourinho, otro portugués ombliguista, a Florentino Pérez para marcharse del Real Madrid, fue que su hijo de once años, que jugaba en el Canillas, era silbado e insultado en muchos campos a cuenta del odio que causaba su personalidad como entrenador. ¡Silbaban y gritaban “ese portugués, qué hijoputa es” a un niño inocente! ¡A causa simplemente de que su padre famoso era un creído y un chuleta! ¡Joder con el comportamiento de los humildes! Mientras el público inglés adora a Mourinho, al que considera un bufón que hace reír, el público español se lo tomaba en serio y lo ODIABA. Acabaremos con escolta policial, ya os lo aviso, si es que nos lo tenemos muy creído, quiénes somos nosotros para darnos esos aires, nadie es mejor que nadie, etc.


DESDE HACE mucho que no me hago ilusiones conmigo. Yo soy Brigitte Bardot y todo el mundo debería saber que soy Brigitte Bardot; si noto que en alguna cuadra o hipódromo no se me trata como si lo fuera, sucede que me marcho y no vuelvo.

Este lamentable proceder es igual en vosotros, ojo: vosotros no sois ni un centímetro menos vanidosos que yo. Lo que os diferencia de mí es que vosotros, la primera vez que no os trataron como Brigitte Bardot, volvisteis a casa muy firmes y muy indignados haciendo promesa de recluiros en la soledad, pero llegada la soledad... ay. Por eso tuvisteis que regresar de nuevo al escenario, ya con el orgullo muy disminuido, y aceptar papeles de Danny de Vito, Pajares y Esteso o Florinda Chico.

Yo no. Yo he aprendido a flotar en la soledad y no renuncio a la única vida digna de vivirse. Llueva o truene, caiga hielo o arda la tierra, yo no me bajo de Brigitte Bardot.



A CADA persona que a partir de ahora me acuse de ególatra le retiro la palabra para siempre. Ya está. Hay que luchar como sea contra la barriga de mis congéneres, no sea que me crezca lana en el lomo y caiga en poder de los pastores. Que un rasgo tan natural como la egolatría se considere tan nocivo deja retratada a esta sociedad: cuánto catolicismo, cuánto grupalismo, cuanta falta de nervio y alegría y me-como-el-mundo. Es hora de hacer la guerra a esta pandemia de bobos. ¿Sabéis, además, quiénes son los que se ponen tan nerviosos ante el ego de los otros? Solo quienes no se dan cuenta del tamaño del suyo. Solo quienes consumen laxantes contra la existencia. Solo los que se sienten felices de ser unos miedocres, quiero decir unos mierdocres, quiero decir unos mediocres.



EL EGO tiene más grados que la absenta. Hace un tiempo, cuando me dio por ligar con algunas chicas de Instagram (ya lo dejé, no me hacen ni caso), me sucedió que una de esas chicas, quizá con la que más hablaba, y que por cierto no era ninguna quasimoda, resultó que era ¡una periodista! que al de poco me pidió una entrevista para una emisora universitaria en la que presentaba un programa. Llevo cuatro años sin dar entrevistas por razones que ya he explicado en largo, pero a esta accedí no sin decirle que yo lo que de verdad quería era conocerla. Pero cuál fue mi sorpresa cuando al de pocos días me dijo:

–Tengo un problema.
–¿Cuál?
–Que tengo dudas sobre el tiempo que darte. Había pensado en darte una hora, pero igual no tienes la suficiente chicha para llenar una hora. En ese caso, sería mejor media hora. ¡O te entrevisto y, según la chicha que tengas, luego recorto y hago el programa de una hora o de media hora!

Esto que me dijo la chica, como os podréis imaginar, no debería molestar a nadie que sea una persona sana, sensata y humilde. Pero ocurre que yo no lo soy: en mi interior vive un amplio y variado nido de víboras. De modo que sentí ese comentario como una agresión. ¿Cómo que yo “igual” no tengo suficiente chicha para llenar una hora de programa? Y aunque no contesté en el momento, porque todos mis ataques de ego no me suceden en el momento sino siempre horas o días más tarde, a la noche siguiente le mandé un mensaje cancelando la entrevista y dándole la primera excusa patética y mentirosa que me encontré. También dejé, a partir de ahí, de hablar con ella por Instagram porque, como ya habréis sospechado, el interés que tengo por las chicas es mucho menor que el que tengo por mí.

Calculo que este fue mi ataque de ego nº 2756. He tenido tantos que de vez en cuando me paso una tarde entera recordando todos y desternillándome, pues pocas cosas me hacen reír más que la clase de personajillo que soy. La chica-periodista no cometió ningún error al tratarme como a un simple grafitero de cubos de basura que además tiene un blog donde cuelga sus odios y rencores, porque eso es lo que soy si lo pienso un poco, pero sucede que a un escritor de mi tipo no hay que tratarle como lo que es, sino como lo que cree que es o sueña que será. La chica me mandó después una serie de mensajes de auxilio en los que advertí que ni siquiera se había dado cuenta de cuál era el motivo de todo, lo que me hizo sentir un poco gilipollas, pero solo durante poco tiempo, porque enseguida volví a mi choza para brindar por mí con una lata de cerveza: ¡Viva yo y olvido perenne para todos los que se atreven a despeinar mi ego!



LA MÁXIMA autocrítica y la máxima megalomanía. Hay que acudir al estante de tus libros de cabecera y leer un trozo del Quijote, un trozo de Los miserables, un trozo de Macbeth y, una vez concluido este experimento cruel y necesario, cuando te has dado cuenta del pobre escritorcillo que hay dentro de tus zapatos, de la triste avellana vacía que eres, sacar fuerzas de flaqueza y volver a amenazar al futuro. Sí, lo conseguiré. Meteré a la estrella más ardiente de todas en mi bolsillo. Inventaré palabras feroces para pupilas ni siquiera soñadas. Brillaré. Añadiré un libro a ese estante, y llevará mi nombre.



NINGÚN MEDICAMENTO mejor, cuando estoy de vanidad demasiado alta, que acudir a mi diccionario Bompiani de autores literarios, el 95% de los cuales no conoce ni Dios, y abrir uno de los cinco volúmenes por cualquier parte. Acabo de abrir el volumen quinto por las páginas 2626 y 2627, en las que aparecen las biografías de los siguientes siete autores:

Southwell, Robert
Sova, Antonin
Sozomeno, Hermías
Spallanzani, Lazaro
Spalletti, Giuseppe
Spangenberg, Cyriakus
Spaventa, Bertrando

A ninguno de los siete conozco ni de oídas ni de leídas, ¡pero tú no decaigas, Vanessa, tú debes seguir luchando por mejorar tus engendros porque, si lo consigues, algún día tu nombre aparecerá entre autores desconocidos en un diccionario igualmente desconocido!



UNA CHICA de Instagram cuelga un vídeo entre sus seguidores en los que muestra mi antología de caballos y dice como elogio que yo soy un “poeta humilde”.

¿Humilde yo?

Tiras una piedra al pozo de mi ego y ya puedes esperar sentado, porque antes volverá a la Tierra el cometa Halley que escuches a esa piedra llegar hasta el fondo.



EGÓLATRA a los veinte lo puede ser cualquiera, pero que un fracasado social insista en la egolatría pasados los cuarenta solo debería incitar a la ternura, porque lo más seguro es que esa persona que arrecia en su ego solo lo haga para defenderse de los muros cada día más altos que crecen a su lado. Pasados los cuarenta es imposible no enterarse, hasta el mayor mentecato se da cuenta para esa edad del verdadero valor de las convicciones, de la materia de que están hechos los buenos sentimientos, del sucio utilitarismo que guía el mundo y las propias decisiones. Los hay que aceptan el naufragio y sientan la cabeza; los hay que se resignan; pero también los hay que aumentan la dosis del ego para resistir contra todos y huir hacia delante, personas muertas de miedo que se niegan a renunciar a su héroe y siguen comportándose como si esta vida fuera una gran vida, solo porque están llenos de tigre y se niegan al conformismo, ese sótano que da a un túnel que da a un pozo que da a un ataúd.


Siete diferencias entre poetas miraquelindos y poetas neorrabiosos


BATANIA, PIRATA neorrabioso, enterado de las últimas propuestas para encerrar con candado al viento, y siempre dispuesto a aplicar su teclado contra los cementerios, ha escrito estas siete diferencias para risa de los sencillos e indignación de los complejos, como catálogo inútil de prevenciones y propuesta tonta de nueva respiración. Por tanto, pulsadas las teclas de la malevolencia, sabiendo que el único futuro es la carcajada, apunta, señala, arriesga, dice:

1. Un poeta miraquelindo de guirnalda y azahares solo escribe poemas para publicarlos en libro, pues sabe que la impresión es el camino más prestigioso y además el único, y por ello trabaja con el cerrojo echado y las persianas bajadas, no sea que el gato de la vecina le plagie, y apenas concluye un puñado corre al registro como si llevara Residencia en la tierra, pero un poeta neorrabioso de puerro y garbanzos quemados trabaja con las venas abiertas y las ventanas abiertas, lo mismo en el foro que en el blog, en el recital o en la pared, igual con bolígrafo que con Windows, con su voz o con el aerosol, sin publicidad ni Creative Commons, y siempre se acuerda de Bach, al que no le parecía poco componer para la misa del domingo.

2. Un poeta cursilíneo de turquesa y gargantilla siempre se muestra alabancero con los escritores antiguos, a los que eleva a padres conscriptos y gigantes inalcanzables, y gusta de cubrirlos de incienso y enseñanza obligatoria, de forma que a nadie se le ocurre igualarlos, pero un poeta neorrabioso de pedrusco y alcachofa los lee desconfiado y con la sola intención de superarlos, pues sospecha que aquellos viejos también se echaban pedos, y hasta deja notas en el margen de sus libros de Quevedo: “¡Ja! Te equivocaste otra vez, Paco”.

3. Un poeta endecapléjico de jazmín y barra de labios siempre reivindica la humildad en el trabajo, pues sospecha de su falta de pasión y teme al que asoma la cabeza, de forma que sigue escribiendo el mismo poema después de treinta años, pero un poeta neorrabioso de verruga y algarrobo lanza su hambriento hasta más allá de sus límites, a unicornios fuera de sus posibilidades, a ver qué pasa, y luego se ríe con risa de bisonte al notar lo fácil que los alcanza, sorprendido de unas facultades que ni siquiera sospechaba.

4. Un poeta metatísico de astenia y amarilis considera que la realidad es fácil y manida, sucia y concreta, fea y peligrosa, de forma que se asusta mucho de los que utilizan la palabra “tornillo” en sus poemas, pues él siempre está en búsqueda de absolutos y territorios que cree inexplorados, pero un poeta neorrabioso de cicuta y abrojos ama la realidad y lucha por entenderla, de modo que se asombra ante lo multiforme e inabarcable de lo que le rodea, al punto de que su vida es un continuo descubrimiento: “Ostras”, dice de pronto, “¡ese buzón me ha guiñado un ojo!”.

5. Un poeta herbívoro de voluta y cornalina siempre escribe triste, versitriste y megatriste, por más que lleve diez años enamorado y tenga un trabajo de a millón de euros, aparte de dos niños monada que a los cuatro años ya le han aprendido a contar las sílabas, porque cree que el poema es un paño de lágrimas y se puede engañar al lector con el azúcar negro del hacia abajo, pero un poeta neorrabioso de chinarro y espinaca escribe riendo, versirriendo y megarriendo, lo mismo en el bar que en la calle, en el verso que en el reverso, de todos y con todos, lambda, sigma y ómicron, de forma que sus poemas cascabeles enfadan a los jóvenes bigenarios pero agradan a los viejos octogeniales.

6. Un poeta sonsonetista de alfombra y muñequería siempre reivindica el rigor en el verso, y para ello trabaja de acuerdo a las leyes de pesos y medidas, de forma que lo va cubriendo de abalorios hasta hacer del poema un bordado, pero un poeta neorrabioso de cardo y cianuro escribe con la camisa por fuera y el alma por fuera, tan imperfecto como una lechuga o como una manzana, al modo de ese azor que vuela magnífico sin preguntarse por el mecanismo de sus alas.

7. Un poeta poelicía de girasol y heliotropo siempre teme al poeta de talento, al que suele dirigir palabras de rebaja, pues cree que la altura del otro es un desdoro para sí mismo, de forma que le preocupan todas las superioridades que no lleven su nombre, pero un poeta neorrabioso ladronero y carirraído siempre admira a los que son mejores que él y los anima más allá de sus fuerzas, con una emoción que no siente ni consigo mismo, con una intensidad que ni siquiera emplea en su favor.



Convocatoria para el Día del Libro


ALGÚN DÍA los aleros de las casas llevarán el agua alegre de tu nombre, los nidos se nutrirán de la sémola de tus sueños, se salvarán los polos y nos arrojarán a los sembrados para ahuyentar a la sequía. Algún día estaremos a una en Marrakech y Manila, en Susa y Montevideo, seremos obligatorios y confusos, inalcanzables y soberbios, palíndromos y poetas.

El hombre es mucho más que lo soñado, tal nuestra carta. El sol es viejo y la tierra es vieja, pero el hombre sólo tiene tres millones de años. Qué importa perder, qué nos importa. Pero no permitiremos que vengan los tulipanes negros de la muerte a reprocharnos que la apuesta no era demasiado alta. No queremos caídas sin ruido, no queremos derrotas pequeñas: queremos los errores grandes, los fracasos grandes y grandes los cocodrilos del estruendo.

Algún día las mujeres con que nos masturbamos todas las noches confesarán que nos dormía un cáncer dentro del ojo, que nos rampaban culebras amarillas en el cerebro; algún día aquella chica que me despreció dirá: “¿Batania? Yo ya sabía, ya sabía”. Y qué bellas serán sus palabras, y nuestra locura tendrá sentido, y qué lástima que estemos tres metros bajo tierra.

Llevamos nuestra soledad como búfalos en estampida, odiamos a las clases medias, nos miramos como cuervos, leemos libros sólo por leernos a nosotros, nos detestamos... Yo tengo talento, dices, tú tienes talento, aseguras, todos tenemos talento por no decir que solo tenemos hambre, solo es hambre lo que nos corroe, soledad crónica, falta de todo, ambición de murciélago.

Hoy, 23 de abril, día del libro, asediados por los despacios y los conformes, renovamos nuestros juramentos. No queremos vuestra vida de miércoles. No queremos vuestros ateneos ni vuestros premios ni vuestras publicaciones ni vuestras miniaturas del éxito. No queremos vuestro dinero. Solo queremos seguir soplando nuestra flauta de caña hasta deshilarnos, hasta destruirnos, para que un día lejano, cuando nos alcancen las bolas sagradas de la muerte, las nuevas generaciones puedan decir: existió un hombre.


Autorretrato


ESTA QUE que veis desgarbada, sin percha ni hueso ni nada prominente salvo su pituitaria, que sostiene que su fealdad es una belleza “a la que aún no ha llegado su momento” y prepara una tragedia en la que Picia asesina a Esmeralda,

esta cuyas luchas casi únicas son las intestinas que mantiene en la asamblea de voces que es su cabeza, en la que no se respeta el turno de palabra, tan confusa que a veces se prohíbe hablar consigo misma para evitarse malentendidos,

esta que alardea de haber pintado 3217 graffitis en las paredes y cubos de basura de Madrid, y reta a la policía madrileña a que cambie sus agentes por otros del equipo jamaicano de atletismo, con el fin de que tengan alguna posibilidad en las persecuciones,

esta que se ve a sí misma rojísimamente ferocius, al modo de una Hipólita del aerosol o una Judith del rotulador permanente, como si sus frasecitas de miel de azúcar hubieran tumbado algún gobierno o fueran el insomnio del Ibex 35, 

esta que escribe con un tenedor de verdad y cuatro cucharas de mentira, siempre arrimada a su antena hiperbólica, con la que ha presentado una versión del amor muy parecida a caminar desnuda entre francotiradores por las calles de Beirut,

esta que mira con ojo fenicio a las mujeres tóxicas, a las que se acerca con la miserable idea de convertirlas en poemas, pues se le ha oído decir en las tertulias, con frío cinismo de esquimales, que “si una mujer no es capaz de hacerte daño, nunca se volverá inolvidable”,

esta que es sissy travesti y tan andrógina que, emplazada por algunas chicas a que demuestre con hechos las insinuaciones eróticas que les lanza por WhatsApp, a la hora de la verdad se da a la huida, dejando su masculinidad más cuestionada que la Sábana Santa,

esta que se ha hecho llamar Batania Neorrabioso y también Juan Cachicuerno, Joe Globetrotter, Victor Stromboli y El Burro Burrosqui, y aún retira la palabra a quienes no le llaman por su último nombre, como si fuera sencillo recordar cuál está en vigor durante la última semana,

esta que gusta de mirarse al espejo con sus propios ojos e insiste en ver a una reina donde los demás solo ven a una meteca, una loba solitaria donde los demás solo ven a una cordera asustada, y, puesta a reconocer defectos, solo se encuentra alguna “laguna” donde los demás le encuentran el Mar Caspio, 

esta que piensa que la “humildad” debe ser el nombre de alguna isla perdida del Pacífico, y mantiene su ambición tan a salvo de sus continuos fracasos que a su muerte necesitará un doble ataúd, uno para su cuerpo y otro para su ego,

esta que ve opresiones por todas partes y ha insultado y escupido a la familia, la amistad, la patria, la iglesia, la escuela, los partidos, los sindicatos y toda asociación cuyos miembros superen la cifra de uno,

con tanta coherencia que ha terminado recluida en el desierto perfecto de un piso de Carabanchel, con tres gatos y una soledad en su caso muy merecida, dedicada a masturbarse y peinar sus rencores,

esta es la que se hace llamar Vanessa
y también maricrónica.


Gracias a Internet


GRACIAS A Internet he levantado mi propio iglú con los cubos de hielo que extraje del frío adulto que me llegaba de la infancia, y gracias a ella he ido dejando una meada de letras que no querían marcar territorio sino dejar testimonio mitad cobarde mitad valiente de mi soledad a prueba de batallas.

Vine a Madrid a darle patadas a las palabras y a despertar a golpes a la belleza, pero solo gracias a Internet el Circo Batania ha podido sacar cada día su espectáculo ventrílocuo donde yo mismo soy el payaso y el niño, el aro y el tigre, la red y el trapecista, el salto y la filigrana. Terminada la función, unos me llaman bueno, otros mediano y otros farsante, pero gracias a Internet cada vez que abro el portátil mis yemas notan la tensión del que mira desde el otro lado. ¿Y si mejoro el número de ayer? ¿Y si fracaso? ¿Y si convenzo a los que nunca he gustado? ¿Y si me dejan los que ya me querían?

Gracias a Internet soy mi lector y escritor y editor y maquetador y distribuidor y publicista, y me siento como ese raro corredor de relevos que a sí mismo se fuera entregando su testigo de palabras. Cada vez que he ganado a mí me he dedicado la victoria y cada vez que he perdido no he encontrado a otro culpable de mi fracaso. Gracias a Internet me estoy haciendo escritor a la vista de todos, y aunque a veces me siento como un gorila a cuya jaula los espectadores arrojaran cacahuetes, yo fui el que se metió en esa jaula y el que más de una vez ha besado sus barrotes.

No he enviado un solo mensaje a un escritor famoso ni he buscado sus casas, no he acudido a ateneos, no me he presentado a premios, no acepto figurar en antologías y he rechazado ofertas editoriales por las que estaría en cualquiera de las grandes librerías por las que otros matan. No me he mezclado con vascos, no me he mezclado con españoles, elaboro mi propio veneno y no necesito vuestro antiguo sistema para nada.


Gracias a Internet.

Yo tampoco


A LA condena y borrado del concepto de gloria hago responsable de este aburrimiento legislado, de este pájaro en mano que es la poesía actual. Cuánta victoria pequeña, dios mío. Se empieza negando el más allá de la posteridad y se cae en el más acá de los premios, las publicaciones y las antologías, que, para más desgracia, tampoco sirven de baremo desde que se multiplicaron de manera tan sonrojante. Me hacen gracia los poetas que se ponen en trance de destruirse por el solo hecho de no salir en tal antología o no ganar tal premio, como si las antologías de hoy fueran las de Gerardo Diego o Castellet y los premios el Adonais de hace cincuenta años. Vamos, hombre. ¡Qué más da perder el premio del lunes si vais a ganar el del jueves! ¡Qué importa no salir en la antología de las cuatro y media si vais a salir en la de las siete en punto! Me entristece este escenario porque la consagración del éxito mezquino en favor de la gloria generosa está exterminando al poeta aristocrático: hablo del niño consentido, del arrogante que huye de los lugares donde huele a lo mismo, del vanidoso que observa el camino que toma la manada y dice: yo tampoco.