A CADA persona que a partir de ahora me acuse de ególatra le retiro la palabra para siempre. Ya está. Hay que luchar como sea contra la barriga de mis congéneres, no sea que me crezca lana en el lomo y caiga en poder de los pastores. Que un rasgo tan natural como la egolatría se considere tan nocivo deja retratada a esta sociedad: cuánto catolicismo, cuánto grupalismo, cuanta falta de nervio y alegría y me-como-el-mundo. Es hora de hacer la guerra a esta pandemia de bobos. ¿Sabéis, además, quiénes son los que se ponen tan nerviosos ante el ego de los otros? Solo quienes no se dan cuenta del tamaño del suyo. Solo quienes consumen laxantes contra la existencia. Solo los que se sienten felices de ser unos miedocres, quiero decir unos mierdocres, quiero decir unos mediocres.