EGÓLATRA a los veinte lo puede ser cualquiera, pero que un fracasado social insista en la egolatría pasados los cuarenta solo debería incitar a la ternura, porque lo más seguro es que esa persona que arrecia en su ego solo lo haga para defenderse de los muros cada día más altos que crecen a su lado. Pasados los cuarenta es imposible no enterarse, hasta el mayor mentecato se da cuenta para esa edad del verdadero valor de las convicciones, de la materia de que están hechos los buenos sentimientos, del sucio utilitarismo que guía el mundo y las propias decisiones. Los hay que aceptan el naufragio y sientan la cabeza; los hay que se resignan; pero también los hay que aumentan la dosis del ego para resistir contra todos y huir hacia delante, personas muertas de miedo que se niegan a renunciar a su héroe y siguen comportándose como si esta vida fuera una gran vida, solo porque están llenos de tigre y se niegan al conformismo, ese sótano que da a un túnel que da a un pozo que da a un ataúd.